Una noche, a principios de octubre, y cuando a todo esto se hallaba trabajando febrilmente en los poemas de Ciudad desde la Altura, Guillermo apareció en casa. Retornaba de Llojeta –retornaba de la altura, bajo una lluvia torrencial, y llevaba entre sus manos unas flores y unas piedras –casualmente, era una fecha de especial recordación. Esa noche, a lo lejos, se encendía el relámpago, en el silencio –y el recién llegado vestía de negro. En realidad estaba de luto –pensé, yo-, y tendría sus razones; las piedras y las flores querían decir algo.
: Y esto daba en que pensar.
. Difícilmente damos crédito a las más simples y elementales verdades; y no ya por descreídos, pero antes bien por ingenuos. Y cerramos los ojos a la realidad. Pues así como el mundo es mineral y vegetal a un mismo tiempo, así también es el hombre. De niños hemos aprendido que los vegetales eternamente se renuevan y las piedras no tienen para qué, desde que no mueren. Y esta verdad tiene mucho que ver con una remota juventud y con inconmensurables amplitudes en las cuales ha de hallarse navegando en estos momentos y en todos los momento el poeta.
Jaime Saenz La Paz, Julio 1980 del Prologo: "Ciudad desde la Altura" Guillermo Bedregal
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